lunes, 10 de marzo de 2008

Pregón del Silencio 2008

Este es el pregón que leí el pasado sábado en la Iglesia de la Magdalena en la presentación de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Paz "los marrones". Muchas gracias a la directiva de esta cofradía por haber pensado en mi para pregonar su procesión.
Francisco Abril Ruiz

PREGON DEL SILENCIO

Cehegín, 8 de marzo de 2008

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Llegado el mediodía, la oscuridad cubrió todo el país hasta las tres de la tarde, y a esa hora Jesús gritó con voz potente: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Al oírlo, algunos de los que estaban allí dijeron: «Está llamando a Elías». Uno de ellos corrió a mojar una esponja en vinagre, la puso en la punta de una caña y le ofreció de beber, diciendo: «Veamos si viene Elías a bajarlo». Pero Jesús, dando un fuerte grito, expiró. Enseguida la cortina que cerraba el santuario del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al mismo tiempo el capitán romano que estaba frente a Jesús, al ver cómo había expirado, dijo: «Verdaderamente este hombre era hijo de Dios».


Reverendo Párroco de Santa María Magdalena, Presidenta de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Paz, Presidente de la Junta Central de Cofradías y miembros de la misma, dignísimas autoridades, miembros de la corporación municipal, hermanos cofrades, amigos, señoras y señores muy buenas noches.

Es para mi un honor y una gran responsabilidad ponerme hoy ante vosotros en este atril de madera a modo de balcón para anunciar y pregonar algo tan inefable como El Silencio. Muchas gracias Pepa y José Antonio, Pepe Toño, y a toda la cofradía, por haber pensado en mi para cumplir este año con esta tradición. Me gustaría ser digno de este honor, y limitarme a anunciar la pasión, en lugar de haceros sufrir una pasión con mis palabras.

Os aseguro que este agradecimiento es sincero porque con mi designación me habéis permitido que os pueda hablar de algo que llevo muy dentro desde hace muchos años. Y es que como reza en el Libro Sagrado "de lo que está lleno el corazón, habla la boca", por eso permitidme que hable con pasión de nuestro Cristo de la Paz, de nuestra Semana Santa, de nuestra procesión del silencio, y de cuanto en ella vivimos y sentimos.

Cuando me dispuse a iniciar la redacción de estas palabras que hoy os dirijo pensé en qué os podía contar yo a vosotros que ya no supieseis y entonces decidí que en vez de relatar hechos históricos y recordar fechas señaladas lo que haría sería hablaros de sentimientos y de sensaciones.

Quizá no acierte a realizar lo que me propongo, con la brillantez a que nos tienen acostumbrados las personalidades que me precedieron en esta tribuna, pero estad seguros, que procuraré, por todos los medios, suplirla con el amor entrañable que siento por nuestra singular tradición.

Faltan 25 miércoles santos para que se cumplan 2000 años del momento que narraba San Marcos en su evangelio y con el que yo he comenzado este humilde pregón.

Veinticinco procesiones del silencio para que se cumplan dos mil años de la muerte de Jesucristo en la cruz. Veinticinco años en los que miles de penitentes y miles de devotos participarán, cada uno a su manera, en la estación penitencial de la cofradía del Santísimo Cristo de la Paz.

Sólo hay que ver el aspecto imponente que presentan callejuelas, nazarenos, faroles, penitentes y devotos en la noche de Miércoles Santo, para entender lo que significa para los cehegineros la Procesión del Silencio. Devoción es la palabra que creo que mejor define esta entrega. Devoción, una palabra que viene del latín y que significa consagrarse, dedicarse a algo en cuerpo y alma.

Consagrarse a la manifestación religiosa, en primer término, pero consagrarse también al propio acto, al rito en sí mismo. Participar en la ceremonia, no como espectador ajeno, sino sintiéndose parte también de la representación y entregarse de lleno, confundiéndose con el pueblo como uno más. En ninguna procesión ceheginera el público siente como en esta del silencio ser una parte más de la misma. Eso también es devoción.

Tengo que confesar que gracias a la procesión del Silencio conocí muchos de los rincones más encantadores de nuestro viejo Cehegín, ya que los críos que vivíamos en "el Barrio" conocíamos muy poco los entresijos del entramado de calles de nuestro casco antiguo y por ello, cuando teniendo once o doce años vi por primera vez esta procesión, quedé maravillado tanto por la puesta en escena como por el increíble escenario. Desde aquel momento no falté a la cita ningún año, corriendo de calle en calle, para ver pasar una y otra vez la sobria imagen del Cristo de la Paz. Y así ha venido siendo hasta nuestros días porque desde que soy concejal, ahora en el gobierno y durante otros años en la oposición, nunca he querido dejar escapar las sensaciones que cada año inundan mi alma al participar y al vivir esta procesión.

Y es que las gentes de Cehegín llevamos la Semana Santa grabada en nuestros genes, en nuestro ADN, como una parte más de nosotros. Para los cehegineros la Semana Santa es pasión en todos los sentidos. Pasión todo el año. Desde mucho antes de que empiece, las bandas de cornetas y tambores llevan meses entrenándose y ensayando. Sus toques dan vida a las últimas tardes oscuras del invierno y a las primeras tardes de la primavera.

La devoción prende en los niños. Hace poco me contaba un buen amigo (que quizá esté por aquí) que, yendo a buscarme a mi casa, se encontró con un grupo de niños que estaban jugando a la Semana Santa. Habían montado una procesión, con sus pequeños pasos, y se comportaban con una solemnidad que a mi amigo lo dejó profundamente impresionado. Sé que existen precedentes de este curioso juego infantil, y no creo que sea la última vez que suceda.

Y hoy, 8 de marzo, nos encontramos en este templo, en la Iglesia Mayor de Santa María Magdalena, pregonando a los cuatro vientos la grandeza de nuestro Santísimo Cristo de la Paz, y esperando ansiosos que pasen diez días para poder ver de nuevo recorrer las calles al Nazareno clavado en la cruz. Y poder oír como lloran los tambores anunciando que el que dio su vida por nosotros va a pasar de inmediato ante nuestros ojos. Y el tambor no deja de sonar.

Ninguno de esos sonidos sería el mismo si en vez de oírse entre los ecos de las montañas cehegineras, en calles estrechas y empinadas, se vertiesen entre los rascacielos de una ciudad moderna, o en un pueblo de la llanura. Cehegín es ese cofre especial, único, para el tambor y para la pasión. Ese cofre, en cuyo fondo se guarda un tesoro que sólo se saca a relucir una vez al año, el Cristo de la Paz.

Y pasarán raudos estos diez días y Cehegín se convertirá en Jerusalén. Y llegarán las diez de la noche en la Plaza del Castillo y cientos de nazarenos con túnicas marrones esperarán el momento de iniciar su penitencia entre el silencio de la gente y el redoblar de los tambores. A la luz de los faroles y de las velas, bajo las sombras de la noche, desfilarán solemnes cofrades y penitentes escoltando al Nazareno clavado en el madero. Y allí también estaré yo.

E iniciaremos ese recorrido que nos llevará a sentir una vez más que esto es más que una procesión. Y nos volveremos a llevar la retina cargada de imágenes que se quedarán grabadas todo el año en nosotros de rincones y panorámicas protagonizadas por penitentes, callejuelas y Cristo en la cruz. Y nos volveremos a llevar el alma llena de profundos sentimientos y de sensaciones que nos harán desear volver el próximo año a repetir la experiencia.

A veces, tan bañados tenemos los sentidos por sonidos, sombras, olores y emociones, que nos parece que hay alguien más desfilando. Nos parece que, confundidos bajo los capirotes, entregados en cuerpo y alma al anonimato de la Procesión, no están sólo los cofrades de ahora, sino que están, intercambiables, reviviendo entre nosotros, sus abuelos, sus tatarabuelos, el pueblo que se perpetúa y se encarna a sí mismo, a la vez, en todas sus épocas.

Y cuando el cansancio se vaya apoderando de nazarenos y penitentes y cuando encaminemos nuestros pasos de nuevo a nuestro particular Gólgota, estaremos cada vez más cerca del gran momento. Recogimiento, emoción y sentimientos indescriptibles se apoderan de mí, de cofrades y de muchos cehegineros cuando vamos entrando entre las paredes de este templo. Sin luz, tan solo la que proporcionan los faroles de las dos filas de nazarenos formadas para acoger y proteger la imagen de Cristo, con silencio sepulcral y de repente... "La Madrugá". Estoy convencido de que Dios puso la mano en el hombro del maestro Abel Moreno cuando escribía la partitura de esta marcha porque de no ser así no conseguiría que, por muchas veces que se haya escuchado, logre emocionar de la misma manera.

Comienzan a sonar los sones de la marcha pasional y es inevitable trasladar el espíritu a otra dimensión. Una luz potente alumbra a Cristo en su camino hacia el altar hasta que llega al lugar donde partió horas antes.

Y así se sigue haciendo grande la tradición. Gracias a personas como Josefa Sáez, y su hijo José Antonio y de otras muchas como ellos que con su gran esfuerzo y trabajo hacen que año tras año podamos rememorar, de esta hermosa manera, la historia viva de la cristiandad.

Y no podemos olvidar que nuestras procesiones también son algo más. Estas nos hacen cada vez más conocidos en nuestra región y en nuestro país y cada vez son más las personas que vienen a pasar estos días con nosotros.

Estos días además la ciudad crece, se ensancha con los cehegineros que un día emigraron y eligen la Semana Santa para reencontrarse con la tierra de su sangre, y participan en ella como si no se hubieran ido, como si quisieran devolverle a la ciudad toda la energía de su nostalgia.

Y yo ya voy finalizando. Os agradezco de nuevo que me hayais dado la oportunidad de compartir estos momentos con vosotros y os animo a todos a participar de la procesión del Silencio y de toda nuestra Semana Santa.

Ánimo y seguid haciendo grande vuestra historia.

Muchas gracias.

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